sábado, 16 de octubre de 2010

Garganta con arena

Todo lo de Laura le gustaba. Casi todo en realidad. Se embobaba con sus ojos, su nariz y sus piernas. Se babeaba por sus costillas y sus pies. Se deshacía por sus omoplatos tan armoniosos y sus caderas pronunciadas. Pero no podía tolerar su voz. “Silenciate Laura, callate. No emitas sonidos que arruinas tu belleza”, sonaba en su cabeza. El entonces la besaba incansablemente para que no hable. Pero no alcanzaba. Entonces se canso, le metió la mano por la boca y le arranco una a una las cuerdas vocales. Esos fueron los últimos gritos de Laura que luego se convirtieron en mudos suspiros.

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