viernes, 17 de septiembre de 2010

Enganchate conmigo

Gabriel no iba a poder conquistar a Lucrecia. Lucrecia era demasiado linda para él, casi como una princesa. Casi como un ángel. Casi como una sirena. Apostaban los cuatro alrededor de la heladera moderna del departamento de Julio. Cristian apostó un riñón, se lo arranco bruscamente y lo metió en un tupper y el tupper en la heladera. Bruno se jugó el esternón. Julio el intestino grueso, lo enrolló y lo metió dentro de una botella de leche de vidrio. Gabriel con exceso de esperanzas aposto el órgano imprescindible para el funcionamiento del cuerpo y sentimiento. Se saco el corazón, lo guardo en una bolsa hermética y la coloco en la parte donde van los quesos. Al cabo de un tiempo, Lucrecia se enamoro de Gabriel. Ahora Gabriel, tiene de sobra un riñón, un esternón y un intestino grueso. Ahora Gabriel corre agarrado de la mano de Lucrecia por los prados y la casa. Ahora Gabriel se mufa de sus amigos que no creían en él ni en sus dotes de caballero no tan buen mozo.

Mi rock perdido

Desesperado, estaba desesperado buscando por todos los rincones de su vida. No soportaba la idea de no padecerlo, no sentirlo de no escuchar sus latidos. Se metía la mano por la boca, raspaba su garganta con el reloj para explorar el interior de su cuerpo y no encontrarlo. Se lo habían robado y eso no lo dejaba vivir en paz. Se sentía vacío. Cito entonces a las cinco mujeres de su vida y les exigió que se lo devolviesen. Gritaba y las sacudía sin juicio. Ellas negaban rotundamente. Lloraban sin desconsuelo, le suplicaban que les creyera. El, convencido que alguna de ellas se lo había hurtado no las dejaba tranquilas ni siquiera una milésima de segundo. Perras inmundas, les gritaba lleno de ira. Ahora exploraba en sus gargantas hasta dejarlas sin aire, sin vida. Una por una fue asfixiando en busca de su corazón que yacía en realidad, lleno de odio y desesperanza en su interior. Hasta el bárbaro tiene corazón.

martes, 14 de septiembre de 2010

Corazón delator

Ya lo había practicado dos veces. Si realizaba la vertical, el corazón le bajaba a la garganta y lo vomitaba. Después lo limpiaba con un trapo rejilla y se lo escurría en la
boca para devolverlo al cuerpo. Hasta que conoció a Lucio. Huy! El día que conoció a Lucio. Quedo embobada. El corazón se le subía a la garganta sin hacer la vertical. Le saltaba del cuerpo. Se le quería escapar. Y ella debía comerse las palabras para no lanzar a su órgano principal junto a ellas. Entonces Lucio creía que era muda. Entonces no le hablaba. Entonces ella se desvanecía de pena. Palidecía de impotencia. Hasta que un día tomo la decisión, vomito su corazón en una pecera y se lo regalo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Aqui no podemos hacerlo (reloaded)

Se levanto de la cama, se saco la remera, agarro un tramontina y se corto el pecho a la mitad de manera vertical, se agarro el corazón con las dos manos, para desperdiciar la menor cantidad de sangre, y lo guardo en un frasco de azúcar que recién había lavado. Se sentó en la cama y se quedo observando alternadamente el frasco y su agujero. Agarro aguja e hilo y se cosió el pecho con rapidez. Para asegurarse de que haya quedado bien cerrado se clavo tres alfileres de gancho. Se levanto, fue a la cocina, guardo el frasco en el freezer, se sirvió un vaso de agua y tomo un calmante. Fuerte, muy fuerte. Necesitaba anestesiarse para poder dormir. Con el corazón adentro, hacía un mes que no pegaba un ojo. Volvió a la cama y a la segunda oveja contada se quedo dormido.
Por la mañana lo confirmo. Aquel órgano, ahora enfrascado, era el culpable de todos sus males.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mudanza

No hay nada en la heladera, dijo por tercera vez en un minuto. Por milésima vez no hizo nada al respecto, revolvió el basural que había depositado en el living y encontró una porción de pizza. Se la comió y se metió en la ducha. Mientras las gotas débiles y pausadas caían en su cuerpo se planteo un cambio de vida: dejaría todo lo que tenía atrás, para mudarse de país, de ciudad, de barrio, de casa. O mejor, solamente de casa. Estaba seguro que todos sus problemas junto con la suciedad quedarían allí, sobre Avenida de los Incas 2334. Armo su valija con aquello de lo que no quería ni podía desprenderse. Lo demás lo compraría todo nuevo, y así de sencillo se regocijaba en la herencia que sus padres le habían dejado. Único, hijo único. Malcriado, inútil y poco febril. Casi nada. Nada. Cerró la puerta de su casa sin pena ni gloria. Subió a su auto y se tomo el palo. Belgrano, Colegiales, Chacarita, Villa Urquiza, pensaba. No quería mudarse del barrio. Quería un cambio y no una nueva vida. Le daba pereza la adaptación, un nuevo almacén, panadería, taller, chapista, chino, verdulería, cine, supermercado. Le importaba sobre todas las cosas que el delivery de “Pizzería Don Marco” llegue a su nuevo hogar.

Estaciono sobre Olleros y Álvarez Thomas, había una casa en venta, bonita, bastante bonita. Llamo al número publicado, pacto una cita para la hora próxima. Durmió una siesta en el auto hasta la hora acordada. Sonó el despertador de su celular y visualizo en la puerta de la casa a un hombre de casi su misma edad. Bajo y camino hasta la entrada. Se presento y le comento sobre la urgencia de generar la transacción. Dos días después la casa era suya. Limpia. Reluciente. Bonita, muy bonita. Todo nuevo, menos aquello de lo que no se había podido desprender.

Y sus problemas, intangibles, etéreos, estaban allí con el. Como Dios, que está aunque no lo vemos.

(Más largo, gracias al apoyo de mi amiga Dra. J.L.)