miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mudanza

No hay nada en la heladera, dijo por tercera vez en un minuto. Por milésima vez no hizo nada al respecto, revolvió el basural que había depositado en el living y encontró una porción de pizza. Se la comió y se metió en la ducha. Mientras las gotas débiles y pausadas caían en su cuerpo se planteo un cambio de vida: dejaría todo lo que tenía atrás, para mudarse de país, de ciudad, de barrio, de casa. O mejor, solamente de casa. Estaba seguro que todos sus problemas junto con la suciedad quedarían allí, sobre Avenida de los Incas 2334. Armo su valija con aquello de lo que no quería ni podía desprenderse. Lo demás lo compraría todo nuevo, y así de sencillo se regocijaba en la herencia que sus padres le habían dejado. Único, hijo único. Malcriado, inútil y poco febril. Casi nada. Nada. Cerró la puerta de su casa sin pena ni gloria. Subió a su auto y se tomo el palo. Belgrano, Colegiales, Chacarita, Villa Urquiza, pensaba. No quería mudarse del barrio. Quería un cambio y no una nueva vida. Le daba pereza la adaptación, un nuevo almacén, panadería, taller, chapista, chino, verdulería, cine, supermercado. Le importaba sobre todas las cosas que el delivery de “Pizzería Don Marco” llegue a su nuevo hogar.

Estaciono sobre Olleros y Álvarez Thomas, había una casa en venta, bonita, bastante bonita. Llamo al número publicado, pacto una cita para la hora próxima. Durmió una siesta en el auto hasta la hora acordada. Sonó el despertador de su celular y visualizo en la puerta de la casa a un hombre de casi su misma edad. Bajo y camino hasta la entrada. Se presento y le comento sobre la urgencia de generar la transacción. Dos días después la casa era suya. Limpia. Reluciente. Bonita, muy bonita. Todo nuevo, menos aquello de lo que no se había podido desprender.

Y sus problemas, intangibles, etéreos, estaban allí con el. Como Dios, que está aunque no lo vemos.

(Más largo, gracias al apoyo de mi amiga Dra. J.L.)

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