viernes, 8 de octubre de 2010

Can you read my mind?

No estaba seguro de querer hacerlo. Sabia que si lo hacia no había vuelta atrás. El proceso era el siguiente: se extraía el cerebro por la oreja, buscaba con una lupa en que lugar estaba aquel recuerdo. Si se unía al corazón debía darle tres golpes con aquella maquina negra con forma de martillo y el recuerdo, desaparecía. Para siempre. Por siempre. La maquina no tenia memoria, actuaba como trampolín. Los recuerdos subían a ella y luego saltaban al cosmos. Lejos bien lejos donde nadie los podía ver, ni escuchar, ni mirar. Nunca más. Jamás. Como si nunca hubieran existido.

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